Lo Personal como Político y Colectivo

Lo Personal como Político y Colectivo

Son tiempos de coaching, gestión de las emociones, manifestación de los sentires, autoconocimiento, autocuidados, desarrollo de habilidades comunicativas o resolución de conflictos. Estos y otros muchos aspectos relacionados con la salud emocional y con el desarrollo personal, antes tan olvidados, permean ahora todos los ámbitos de nuestra realidad, entre ellos el feminista.

Tradicionalmente, en el marco de nuestra sociedad patriarcal y capitalista, la libre expresión de las emociones, la preocupación por ellas o el interés por el bienestar psicológico se consideraban temas superfluos, e incluso eran denostados por encontrarse ligados a la feminidad. Los tiempos parecen haber cambiado y, más allá de la necesaria revalorización de estos aspectos, actualmente hay autoras como Eva Illouz que señalan que vivimos en un «capitalismo emocional». En este nuevo contexto, para la mencionada autora algunos discursos del psicoanálisis y la autoayuda convergen con los intereses económicos, generando que las relaciones personales y los problemas emocionales se piensen desde la lógica capitalista: analizar estratégicamente nuestras cualidades y emociones para llegar más lejos, invertir en bienestar porque conlleva una ganancia, gestionar las emociones para mejorar nuestra productividad… Lo que Illouz sostiene, en esencia, es que ciertos discursos terapéuticos permiten ligar las emociones al desarrollo del capital; es decir, son instrumentalizados por el capitalismo porque le benefician.

Y ahora bien, ¿esto por qué debería importarle al feminismo(s)? Por un lado, desde perspectivas interseccionales sabemos que uno de los ejes de desigualdad que como mujeres nos afecta es la clase social. Si el capitalismo contribuye a acentuar nuestra subordinación y a situarnos en posiciones desiguales, este tipo de discursos que lo benefician deberían importarnos. Pero además, bajo mi punto de vista, desde algunos marcos feministas también se reproducen estos discursos, que entiendo que benefician igualmente al patriarcado. Voy a explicar por qué lo concibo de esta forma.

Situándonos en el marco feminista de nuestro Estado, la inclusión en este de la esfera emocional personal y de la preocupación por el bienestar se encuentran muy ligadas a dos consignas bastante alejadas temporalmente, pero que han vertebrado la forma de hacer política y de pensar el feminismo: «lo personal es político» y «situar la vida en el centro». En su origen, ambas consignas apuntaban claramente a lo colectivo, porque muchas de nuestras experiencias personales devienen de desigualdades estructurales, así como repensar nuestras formas de vivir/sentir valorando los cuidados contribuye a generar cambios profundos en esas estructuras de poder.

Ahora bien, me pregunto si estas ideas tan centrales (y las que han derivado de ellas) es posible que hayan sido coaptadas por el capitalismo emocional, despolitizándolas y alejándolas de lo colectivo para apuntalar el individualismo. Y responder a esta pregunta requiere indagar en qué tipo de prácticas o actividades feministas relacionadas con los cuidados, el autoconocimiento y lo emocional se desarrollan actualmente.

En este sentido, uno de los ejemplos que probablemente sea más ilustrador es el del empoderamiento femenino. Proliferan los contenidos en redes orientados al empoderamiento o las actividades que tienen entre sus ejes favorecerlo, pero en muchos casos este se orienta a potenciar de forma genérica el crecimiento y la superación personal, adoptando un espíritu exclusivamente individualista. Como denunció en su momento Rafia Zakaria, abogada pakistaní, este término se ha pervertido y diluido hasta la ambigüedad, quedando muy lejos de su original enfoque como herramienta para transformar la subordinación de género a través de la movilización política colectiva.

Algo similar parece haber ocurrido con el autocuidado, una práctica que tiene un carácter feminista por su potencial para romper con las exigencias que como mujeres se nos imponen y como herramienta para enfrentarnos a la violencia vivida, tal y como la activista afroamericana Audre Lorde la concebía1. En la actualidad, el autocuidado a veces está mucho más cerca de ser una forma de aliviar el malestar o el estrés personal para poder seguir siendo productivas socialmente, que de ser una estrategia política de resistencia frente a las opresiones. Y es especialmente notable que se haya vinculado a prácticas que implican el consumo de bienes para generar satisfacción inmediata.

Y otro tanto puede observarse en el autoconocimiento. En muchos casos se acerca a visiones que lo vinculan con la reafirmación y la superación personal, donde nuestro éxito o fracaso al enfrentarnos a las desigualdades vividas parece depender del esfuerzo que invirtamos en explotar al máximo nuestras cualidades, en reinventarnos o en sacar provecho de nuestras habilidades; todo ello habitualmente enfocado a mejorar nuestra posición económica o nuestro bienestar individual.

Por todo ello, a mi juicio hay una evidente desvirtuación del empoderamiento, el autocuidado o el autoconocimiento, que parece haber convertido a estas prácticas en etiquetas (literalmente): palabras vistosas que adornan los discursos, pero frecuentemente vacías de todo contenido político. Han llegado a tomar la forma de prácticas que, por su marcado individualismo, se encuentran despojadas de la posibilidad de incidir en las desigualdades.

Y por otro lado, el que estas prácticas se hayan alejado de su concepción originaria como estrategias de resistencia feminista considero que beneficia al sistema patriarcal. Concebidas desde esas ópticas desconectadas de la actitud crítica y de resistencia, se convierten en prácticas que fomentan el individualismo feminista, que priorizan el bienestar personal de las mujeres como última finalidad, afectando así a la construcción de lo colectivo (donde la finalidad es luchar contra las desigualdades para que todas podamos vivir vidas libres de violencia, discriminación y opresión). Y no podemos olvidar que la fuerza del feminismo, su capacidad para transformar las realidades, radica precisamente en su carácter colectivo. Lo que divide a las mujeres, beneficia al patriarcado.

Pero además, de forma indirecta, desde esas ópticas son prácticas que tienden a situar la responsabilidad de erradicar las situaciones de desigualdad en las propias mujeres: si te cuidas, te conoces y te empoderas puedes cambiar tu vida y ser más libre. Esto obvia que muchas de nuestras situaciones vitales están marcadas por desigualdades estructurales, de forma individual difícilmente podemos cambiarlas. Y merece la pena resaltar que también pueden generar la patologización de las situaciones de desigualdad social; es decir, llevar a concebir nuestros malestares como fruto de una mala salud emocional personal, no como fruto de las desigualdades. Lo que desconecta a las mujeres de concebir sus circunstancias vitales como opresiones compartidas, beneficia al patriarcado.

En síntesis, este artículo es una pequeña llamada a la reflexión sobre los diferentes efectos que nuestras prácticas feministas pueden generar. Contamos con herramientas muy poderosas para cambiar nuestras realidades y contribuir a erradicar las desigualdades, pero no podemos olvidar que si lo personal es político, precisamente por ser político también es colectivo.

Podemos darles otra forma a estas prácticas, extraer todas sus potencialidades para que tengan repercusiones verdaderamente colectivas. Por ejemplo, cuando hablamos de empoderamiento, sería más interesante dar espacio a la construcción colectiva de estrategias de resistencia frente a las desigualdades, permitiendo que el desarrollo personal vaya ligado a un impacto positivo en otras mujeres. Podríamos también propiciar desde el autocuidado tiempos y espacios no ligados al consumo, sino orientados a reconocernos y amarnos, a recomponernos y seguir enfrentándonos a las desigualdades. Y, como herramienta feminista, el autoconocimiento podríamos enfocarlo de forma completamente diferente, para observarnos desde otros ojos que no sean los de los sistemas que nos oprimen, para percibirnos, valorarnos y mejorar nuestra autonomía. Podría servir para cuestionarnos y reflexionar sobre lo vivido, así como para preguntarnos cómo nuestras cualidades, capacidades y habilidades pueden contribuir a mejorar lo colectivo y a transformar las desigualdades.

Lía Guerrero

1 En sus palabras: «Cuidar de mi misma no es un acto de autoindulgencia, es autopreservación, y esto es un acto de guerra política».