Merecemos Ser Nombradas
http://www.rae.es/consultas/los-ciudadanos-y-las-ciudadanas-los-ninos-y-las-ninas
La RAE se ha manifestado en numerosas ocasiones contra el uso del lenguaje inclusivo, considerando que este tipo de desdoblamientos pueden resultar artificiosos desde el punto de vista lingüístico. Pese a su criterio, defendemos que desde el punto de vista social estos desdoblamientos son totalmente necesarios. Existen muchas razones extralingüísticas por las que es urgente visibilizar a las mujeres y las niñas a través del lenguaje.
Durante mucho tiempo hemos estado al margen de la sociedad, poco a poco vamos recuperando espacios, pero todavía queda mucho por avanzar en cuestión de género. Las dificultades sintácticas y de concordancia a las que alude la RAE, no se pueden comparar con las dificultades que las mujeres encontramos diariamente. Somos muchas las personas que discrepamos de la RAE cuando dice que «los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones». Aunque las fórmulas inclusivas pueda parecer que van en contra de la economía del lenguaje, no caen en la redundancia, ya que, aunque las palabras tengan la misma raíz, se trata de términos que designan a dos sexos diferenciados; por lo tanto, no son términos iguales. Sin embargo, existen muchas redundancias cuyo uso está generalizado y que no generan debate o polémica alguna. Por ejemplo: subir para arriba o volver a repetir.
También es importante conocer que sexo y género son términos diferentes, así como tener en cuenta que existe un debate muy interesante y necesario sobre el modelo binario de género, que no abordamos en este artículo porque requiere y merece una discusión más amplia. Tomando como referencia las definiciones de la propia RAE, el sexo es concebido como la «condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas», mientras que el género es entendido como el «grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico». En cuanto al sexo, está claro que hombres y mujeres tenemos condiciones orgánicas diferenciadas, pero si vamos más allá del punto de vista exclusivamente biológico y cambiamos de prisma, podemos advertir que las diferencias socioculturales de género y los roles establecidos por la sociedad tienen un fuerte impacto en la discriminación de la mujer. Por tanto, el uso del lenguaje inclusivo no persigue reforzar la diferencia sexual, sino que más bien se trata de una cuestión de género. Además, cabe remarcar que este no debiera ser un debate puramente lingüístico, sino que debería abarcar consideraciones de carácter social que también afectan al lenguaje.
El uso del género masculino como neutro es una forma clara y evidente de ocultar lo femenino, y esto se puede trasladar también a la esfera social, existiendo multitud de ejemplos en los que se percibe cómo se otorga un mayor valor a lo masculino que a lo femenino. A este respecto, son hechos conocidos la existencia de una importante brecha salarial entre hombres y mujeres en España, que quienes dejan su empleo para dedicarse a las tareas de cuidados son mayormente mujeres o lo extendida que se encuentra la violencia machista.
Si no quieres decir alumnas para referirte a un grupo mixto, aunque haya más mujeres que varones, existe la opción de utilizar el alumnado. Tenemos la suerte de contar con un idioma de gran riqueza lingüística, que nos permite incluir a los ciudadanos y ciudadanas simplemente empleando el sustantivo colectivo ciudadanía. En el caso de los niños y las niñas, podemos referirnos a la infancia o a la población infantil. No obstante, en muchos casos el uso de nombres colectivos no resulta suficiente para expresar el mensaje que queremos transmitir, como sucede al referirnos a los hijos y las hijas.
Aunque no es fácil hablar o redactar un texto haciendo un uso inclusivo del lenguaje, es un reto a asumir urgentemente como sociedad si queremos construir bases sólidas para lograr la igualdad. Es más, la mayor complejidad en la redacción y lectura de textos inclusivos puede ser una buena fórmula para acercarnos a las complicaciones cotidianas a las que todas la mujeres tenemos que hacer frente, tan numerosas y variadas que no terminaríamos de enumerarlas. En un mundo en el que el machismo no se esconde, es urgente hacer visible y poner en valor lo femenino, eso que tantas veces se trata de ocultar. Nos podríamos sorprender enormemente si empezamos a tomar conciencia de que con nuestra forma de hablar contribuimos a situar en un plano superior lo masculino con respecto a lo femenino. Podemos acudir a la propia RAE para comprobar que efectivamente existen diferencias en el significado de palabras en las que simplemente cambia su género; y, casualmente, el género que sale más perjudicado es el femenino (por ejemplo: ramero/ramera, zorro/zorra). Es más, si buscamos la palabra sexo en la RAE, sorprendentemente se define sexo débil como «conjunto de las mujeres» y sexo fuerte como «conjunto de los hombres».
El lenguaje humano surge por la necesidad de comunicarnos y ha evolucionado adquiriendo cada vez una mayor complejidad. Ha ido cambiando históricamente, y lo seguirá haciendo conforme lo haga la sociedad. El avance en distintas áreas nos ha llevado a incluir términos que antes no se usaban, pero que hemos tenido la necesidad de adoptar, como internet, células madre, bótox o mileurista. Es natural que los cambios psicosociales se vean reflejados en el leguaje, ya que lo social y lo lingüístico están muy ligados. En el ámbito de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres todavía nos queda mucho por hacer. Por ello, es fundamental que empecemos a visibilizar lo femenino mediante el lenguaje, porque tristemente «lo que no se nombra, no existe». Y no olvidemos que el lenguaje es una herramienta al servicio de la comunicación humana. Si ponemos en una balanza las reglas lingüísticas y el visibilizar a más de la mitad de la población mundial, lo propio sería decantarnos en esta ponderación por lo que haga más digna a la persona.
También podríamos preguntarnos qué es lo primero, ¿deconstuir lo social y después el lenguaje, o viceversa? Es importante trabajar en ambas vías paralelamente. Los cambios sociales se consiguen a largo plazo, los cambios en el lenguaje son pequeñas semillas que sembramos para que en el futuro den frutos. Además, el cambio en el lenguaje va asociado a un cambio en el pensamiento, ya que el lenguaje es una forma de expresión de este último. De forma automática hablamos como hemos aprendido a hacerlo, pero para generar un cambio sustancial es necesario ser conscientes de ello.
Si hemos asumido como propia la defensa de los derechos de las mujeres, es fundamental llevar este ideal a nuestra vida cotidiana en aspectos como el uso que hacemos del lenguaje; así como contribuimos al cambio social a través de actos puntuales como sumarnos a compañeras un 8M. Y esto exige un cambio consciente de pensamiento para desmontar todo lo que hemos asumido inconscientemente y que se refleja en el lenguaje, entre otras cosas que lo masculino es neutro. Cuando, por otra parte, nos parecería una atrocidad asumir que entre frío y caliente lo neutro pudiera ser uno de los dos conceptos, en nuestro idioma no hay un templado en materia de género. Pero claro, en un mundo en el que la historia ha sido escrita por los hombres y las mujeres hemos permanecido en un segundo plano o bajo el anonimato (en el mejor de los casos), lo establecido es que usemos el masculino como neutro porque así ha sido siempre, porque así lo dictan los hombres de la RAE, porque así economizamos el lenguaje… pero podemos empezar a sembrar semillas de cambio utilizando el lenguaje de forma consciente, en lugar de dejar que el lenguaje establecido nos hable inconscientemente.
Luz Casasola