12 Aprendizajes del 2020

12 APRENDIZAJES TRANSFORMADORES DEL 2020

Nos despedimos del 2020. Sin lugar a dudas será un año que recordaremos, porque no se ha presentado fácil y nos ha puesto a prueba en muchos aspectos de la vida. Desde La Colectiva no queríamos pasarlo por alto, por lo que lanzamos la idea de hacer un artículo recogiendo vivencias y aprendizajes que nos llevamos de este año. Gracias a quienes nos habéis escrito compartiendo vuestras aportaciones para este artículo colectivo.

Aunque es cierto que existen factores sociales y económicos que han favorecido o dificultado hacer frente a esta situación inesperada, de algún modo la pandemia nos ha igualado a toda la humanidad. A finales del año pasado lo que nos parecía una broma surrealista que sucedía en otra parte del mundo, en cuestión de unos meses nos ha tocado vivirlo en nuestra propia piel. ¿Nos ayudará esta experiencia para que asimilar colectivamente la conciencia y el sentido de igualdad?

A quién más, a quién menos, este año nos ha puesto a prueba psicológica y emocionalmente, dos aspectos de nuestra salud que no solíamos atender en el día a día. Nos hemos encontrado con nuevos problemas, ante lo que hemos tenido que encontrar nuevas respuestas. Nos ha tocado plantearnos preguntas para distinguir entre lo esencial y lo no esencial, entre lo importante y lo no importante. Nos ha tocado enfrentarnos cada día con la incertidumbre, los planes a largo plazo han perdido protagonismo y lo ha ganado el momento presente.

Que en el 2021 sepamos valorar cada instante y que cuidemos nuestra salud emocional y de las personas que nos rodean.

También ha sido un año en el que mucha gente se ha visto obligada a detener su actividad económica, los ingresos se han visto reducidos en muchas famialis, los ERTEs han estado al orden del día y varias PyMes han visto tambalear su trabajo. Tanto a nivel personal como en las pequeñas empresas, la economía se ha resentido, lo que nos ha hecho poner el foco en qué hacemos con el dinero. Hemos descubierto cómo esta situación nos ha movido hacia una misma dirección buscando el bien común.

Que en el 2021 seamos conscientes de a dónde va nuestro dinero, que nuestra economía esté movida por la solidaridad y hacia proyectos que respeten los derechos humanos.

Todo lo vivido también nos ha hecho replantearnos muchas creencias, al ver como todo lo que considerábamos verdad absoluta se desmoronaba. Un sistema que pone el foco en el modelo empresarial multinacional como el único posible, se ha visto cuestionado. La situación de emergencia por el coronavirus, ha cambiado el foco hacia remarcando el valor de las actividades esenciales (aquellas que ayudan a preservar la vida); la una sanidad pública de calidad con condiciones dignas para sus profesionales, las labores de cuidados que mayormente recaen sobre las mujeres, el sector de la alimentación en el que la mayoría de quienes trabajan la tierra vienen de otros países y lo hacen en condiciones deshumanizadas.

Que en el 2021 pongamos lo cuidados en el centro de la vida, que valoremos y reconozcamos la labor de cuidados en lo hogares y en la vida pública. Que defendamos la sanidad pública y condiciones dignas de sus profesionales.

El confinamiento ha puesto sobre relieve cómo llevamos las relaciones con las personas que convivimos. Se han puesto en evidencia problemas en las relaciones que antes con el quehacer cotidiano se trataba de ocultar. No podemos olvidar a las mujeres que les ha tocado pasar el confinamiento con sus maltratadores, ni a las 84 mujeres asesinadas en este año. Por otra parte, muchas familias han tenido que pasarlo separadas y se han dado cuenta de la importancia de compartir más tiempo.

Que en el 2021 el buen trato y la corresponsabilidad estén presentes en cada hogar. Que alcemos nuestra voz por las voces de mujeres que han sido silenciadas. Que continuemos defendiendo la vida.

Si personalmente este año no nos ha dejado indiferentes, en una relación de pareja todo lo vivido también ha afectado. Varias parejas han marcado un antes y un después en su relación: algunas han decidido consolidarla más, otras han dado el paso de finalizarla, otras han tenido una crisis que les ha hecho valorar en qué punto están, otras han empezado. También podemos destacar en este año el mayor uso de las aplicaciones para conocer personas, las formas de ligar también han cambiado por las circunstancias.

Que en el 2021 aprendamos que nos merecemos un amor sano. Que tanto hombres como mujeres sigamos cuestionándonos y construyendo bases para un amor basado en el respeto mutuo.

El confinamiento, también nos ha obligado a frenar el ritmo acelerado. Al detener el ritmo, hemos realizado actividades que requieren hacerse a fuego lento, los cuidados: nuestra alimentación, nuestro salud física y emocional, nuestros vínculos… Pudimos constatar un boom de nuevas rutinas que se fueron incorporando durante el periodo de encierro: hacer ejercicio en casa, probar nuevas recetas, realizar una actividad nueva, hacer meditación… Resulta curioso que cuando tenemos tiempo, lo dedicamos a actividades que influyen positivamente a nuestra salud.

Que en el 2021 empecemos a instaurar hábitos más saludables en nuestro día a día y continuemos defendiendo el derecho a la salud de las personas más vulnerables.

Cada persona ha vivido este año desde su propia experiencia, hemos visto reacciones de pánico absoluto a la cercanía de otra persona hasta el pasotismo total. Por suerte, entre esas dos alternativas hay una mayoría de personas que han tenido presentes los sentimientos de quiénes tiene en frente. Nos ha tocado dialogar abiertamente sobre cómo nos sentimos ante la situación: “Yo prefiero vernos menos de cinco personas”, “yo prefiero que sea en un lugar abierto”, “A mí lo que me importa es vernos en persona”, “yo prefiero saludarnos con el codo”, “yo tengo ganas de daros abrazos”… y un sin fin de posibilidades. Nos ha tocado realizar acuerdos para tener en cuenta todos los sentimientos y opiniones.

Que en el 2021 sigamos relacionándonos respetando los diversos sentires, que el diálogo sea la vía de comunicación para que un punto de vista no se imponga sobre otros.

Uno de los principales temas que nos ha acompañado este año es la muerte y su proceso de duelo. El foco se ha puesto sobre todo en la tercera edad y nos ha cuestionado sobre cómo estamos cuidando de las personas mayores. El duelo si de por sí es difícil, este año ha tenido un tinte más duro debido a la dificultad de acompañar personalmente.

Que en el 2021 dediquemos tiempo y cuidados a las personas mayores que viven en soledad, podemos aprender mucho de esa sabiduría que les da la experiencia a la vez que les brindamos compañía y cariño.

Los viajes, especialmente los de larga distancia, se han restringido considerablemente, e incluso los de corta distancia se han visto reducidos a lo estrictamente esencial. Quizás este año nos ha invitado a un viaje más hacia el interior. Al igual que los viajes nos ayudan a abrir la mente, este año, ese viaje más interno seguro que nos ha hecho ampliar nuestra mirada.

Que en el 2021, independientemente de la distancia de los trayectos que podamos realizar, abramos nuestro entendimiento reconociendo la diversidad de creencias, culturas, formas de vivir… que existen en el mundo. Que esta diversidad la vivamos como una oportunidad de enriquecimiento y que nunca más sean motivos de discriminación.

Por otra parte, el estudio a distancia y el teletrabajo son conceptos que ya conocíamos, pero este años, en muchas ocasiones, han sido la única opción para poder continuar el desarrollo profesional o de formación. Lo que nos lleva a constatar el mayor auge que está teniendo la tecnología y reflexionar sobre la brecha digital.

Que en el 2021 continuemos defendiendo condiciones laborales dignas y, si apostamos por el derecho universal de educación, habría que facilitar el acceso a internet a todas las familias.

Los movimientos sociales se han intentado criminalizar en numerosas ocasiones no sólo este año. Pero en del 2020 podemos destacar la cantidad de mensajes que se vertieron culpabilizando a la manifestación del 8M de la primera ola de contagios. Aún así, hemos constatado que los ideales que nos mueven para caminar hacia una sociedad más igualitaria se adaptan a las circunstancias, no han faltado ideas creativas por internet para continuar defendiendo los derechos humanos.

Que en el 2021 no permanezcamos impasibles ante una situación de injusticia. Que seamos capaces de contagiar con más fuerza que la propagación del coronavirus nuestro entusiasmo por la construcción de un mundo más humano y el bien común.

Mientras permanecíamos en nuestras casas, se hicieron virales imágenes de animales paseando por las ciudades, de ríos fluyendo limpios, del cielo claro sin contaminación… Esto nos puso en evidencia y nos invitó a reflexionar. En sólo dos meses de detener la actividad humana, la naturaleza volvió a renacer. Quizás haya sido la mayor explosión primaveral desde la revolución industrial.

Que en el 2021 no perdamos de vista el impacto que tienen nuestros actos en el medio ambiente, que cuando tengamos que comprar algo, desplazarnos a algún lugar… nos decidamos por aquella opción que menos dañe al planeta.

Gracias por acompañarnos durante este año. Nosotras mantenemos el compromiso de continuar nuestra labor y nos gustaría seguir contando contigo.

Luz Casasola

El Collage como Expresión y Práctica Subversa

EL COLLAGE COMO EXPRESIÓN Y PRÁCTICA SUBVERSIVA

«El arte genera significados y sentidos, se trata de una acción política que representa formas de ver el mundo y nunca es neutral»[1]. Desde esta perspectiva, donde el arte tiene también un sentido político, son muchas las expresiones artísticas que pueden servir como herramienta para cuestionar las desigualdades sociales: la literatura, el teatro, la danza, la música, la pintura… El collage es una de ellas, aunque a veces no sea concebida como forma de arte ni se otorgue importancia a su capacidad para transmitir visiones críticas.  

Esta forma de expresión artística se sirve de la apropiación, el reciclaje y la deconstrucción de imágenes para generar otras nuevas, dotándolas de un sentido propio y diferente. Y se trata de una técnica que ha sido ampliamente utilizada por creadoras feministas con la intención de incomodar, cuestionar, favorecer el debate o transformar; generando representaciones alternativas y que ciertamente llegan a subvertir distintos aspectos de la cultura patriarcal. 

Enmarcados en las corrientes feministas de la segunda ola se encuentran los fotomontajes precursores de las estadounidenses Martha Rosler y Barbara Kruger. Martha Rosler ha generado obras que cuestionaban la cosificación sexual de las mujeres y su reclusión en el espacio doméstico, además de criticar a través de muchas de ellas la política exterior de EE.UU. En este sentido, resulta muy llamativo que sus collages visibilicen de una forma tan clara las contradicciones sociales, mostrándolas de forma directa y abierta, sin esconderlas.

Serie Body Beautiful, or Beauty Knows No Pain (1966-1972), de Martha Rosler.

Por su parte, Barbara Kruger es conocida por utilizar el collage y el fotomontaje para criticar la sociedad de consumo capitalista y los roles que tiene la mujer en ella. Como señala al respecto Alfonso Bouhaben: «la artista reivindica la construcción de una voz femenina, que ha sido silenciada por el poder dominante masculino […] Se trata de deconstruir la imagen social de la mujer mediante la deconstrucción de las imágenes producidas por los medios de comunicación aliados de los valores impuestos por el poder masculino». En los collages de Kruger también está presente esa visibilización de las contradicciones sociales, pero hay además una reivindicación de la voz propia que parece materializarse en los mensajes que incluye en ellos, que sostienen buena parte de la carga política de su arte y que llevan a la reflexión.

You are not yourself (1981), de Barbara Kruger

En una línea similar, pero posterior temporalmente, la gallega Lara Lars se apropia de imágenes publicitarias de los años 50 y 60 que reflejan a mujeres situadas como objeto de deseo masculino. En sus collages estas mujeres dejan de estar relegadas a un segundo plano, para protagonizar escenas futuristas donde emergen como dueñas del espacio. Destaca en sus trabajos su estilo más surrealista, donde llama la atención el contraste entre la estética naif y la fuerte resignificación que esconden las imágenes, donde pareciera indicar que las mujeres podemos habitar otros universos, asumir otros roles.

Invierno en verano (2020), de Lara Lars.

También muy reciente es la creación de la.amarillista, joven de Costa Rica cuyos collages destilan feminismo y reivindicación, cuestionando toda desigualdad. En ellos combina imágenes con mensajes claros y concisos, que parecieran emanar directamente de las propias mujeres. Resaltan en sus fotomontajes la fuerza de los colores vibrantes, los elementos naturales y la frecuente utilización simbólica de las manos, aspectos que parecen transformar sus mensajes en algo más que meras consignas, configurándolos como posibilidades empoderantes.

 (2019)la.amarillista

Y situándonos en tierras andaluzas, vale la pena cerrar este pequeño recorrido por el collage de creación feminista con Araceli Pulpillo. Sus fotomontajes exploran el universo andaluz desde una conciencia política situada, sensible a las identidades y realidades materiales de nuestro pueblo. En ellos hay una clara ruptura con los estereotipos clasistas y andaluzofóbicos, destacando una fuerte resignificación de la figura de las mujeres andaluzas, que emergen con poderío, como mujeres reales, visibles y diversas.

(2020)Araceli Pulpillo

Queda patente a través de estos ejemplos que las posibilidades del collage son infinitas, permitiendo jugar con la imagen para utilizarla como vehículo de expresión de esas otras formas de ver el mundo y de situarnos en él. Nos abre la puerta a cuestionar roles y estereotipos, a visibilizar lo invisible, a dotar de nuevos significados las realidades sociales, a la reflexión y a la denuncia.

Pero, a mi juicio, lo más subversivo del collage es esa reapropiación de las imágenes generadas por la cultura patriarcal y capitalista para lanzar un mensaje emancipador y crítico, dotándolas de un nuevo significado transgresor. Es una práctica que traspasa además la barrera de lo artístico cuando se inserta en marcos feministas, ya que lo expresado toma la forma de acto resistencia y de disidencia frente a las desigualdades.

Lia Guerrero

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bouhaben, Alfonso (2017): “Fotomontajes feministas: dispositivos estético-políticos”, en Revista de Investigaciones Feministas 8(2), 561-582.


[1] Palabras de Ailin Peirone, que introducen un interesante artículo sobre el collage y la ilustración feminista: https://www.eldiariocba.com.ar/cultura/2019/8/18/ilustraciones-feministas-para-pensar-cuestionar-transformar-10686.html

Normalizar el dolor menstrual es violencia de género

Normalizar el dolor menstrual es violencia de género.

Recuerdo perfectamente cuando acudí al médico de familia con unos quince años, porque cada vez que menstruaba me dolía tanto que no podía levantarme de la cama, ni mucho menos ir al instituto.

Me dijo: “Sí, el periodo duele. Es así, tomate un ibuprofeno y acostúmbrate.” Y esta fue la única respuesta que recibí, y la única respuesta que han recibido millones de mujeres. Incontables veces hemos escuchado comentarios de nuestras amigas y compañeras en la línea de “dolor de regla, ya sabes…”, o incluso “mi útero mi quiere matar”; y las contestaciones de “¡ay sí, es lo peor!”, como si a todo el mundo le resultara algo doloroso e incómodo.

La menstruación es un proceso fisiológico totalmente natural. Si todo va bien en tu organismo, no tiene por qué ser doloroso. Si duele, tu cuerpo te está mandando una señal. Hay dolores diferentes y pueden tener varias causas distintas, pero tiene una causa que se podría encontrar y tratar.

¿Por qué entonces tantas mujeres piensan que lo normal es que duela? ¿Por qué no les ofrecen ninguna solución más allá de aguantar con la ayuda de antiinflamatorios, o anular el ciclo hormonal totalmente con anticonceptivos?

Vamos a pensarlo bien, si te duele ir al baño, vas al médico. Encuentra la causa de la molestia y te receta algo que puede solucionar el problema. Pero si te duele menstruar, es problema tuyo, y es algo normal que tienes que aceptar. Probablemente ni siquiera vas a buscar atención médica, ni consideras que podría ser un síntoma de algo que sea tratable. Imagínate que te doliera tragar comida, y te dijeron en el hospital que es normal y que lo tienes que aguantar. Pues esto es igual de absurdo. La diferencia es que los dolores menstruales solo afectan a las mujeres.

Normalizar el dolor de las mujeres, obligándoles a aceptar el sufrimiento en lugar de buscar ayuda, es violencia de género. Considero que es de las formas de violencia más extendidas y menos reivindicadas, ya que la mayoría de nosotras la llevamos tan incorporada que seguimos violentándonos a nosotras mismas, aceptando el dolor como un castigo eterno por haber nacido con útero.

El dolor menstrual es una patología que se llama dismenorrea, estimándose que afecta a entre el 30 y el 50% de mujeres mundialmente. En el mundo occidental las tasas son aún más altas. Aquí, en España, es la razón más frecuente de ausencia escolar. Según el Servicio de Pediatría Madrileño, afecta al 39% de las niñas de 12 años y al 72% de las de 17. Estos números son asombrosos, y lo más asombroso de todo es que tan solo un 15% de personas que sufren dismenorrea consultan en algún momento a algún/a profesional de la salud.

¿Cómo hemos llegado a esto? Hasta uno de cada cuatro seres humanos hoy en día sufre dolores que interfieren en su vida o que se podrían considerar incapacitantes. De estas personas, solo una de cada seis busca ayuda, y ni siquiera recibe una solución adecuada.

Hay muchas razones por las que te puede doler la menstruación, muchos factores que hay que tener en cuenta para entender este fenómeno global y su relación con el género y la violencia estructural que sufren las mujeres.

Todas, y todos, tenemos toxinas en el cuerpo. Vienen de los agroquímicos, los conservantes, el plástico, los productos cosméticos y la propia agua (ya que todos los químicos acaban en el agua). Las toxinas influyen en las funciones de nuestros organismos, pero quisiera resaltar que interactúan especialmente con el sistema endocrino, alterando la producción de hormonas. Aparte de ello, congestionan nuestros hígados, dificultando la capacidad que tienen nuestros cuerpos de procesar las hormonas y equilibrar los niveles de las mismas.

La causa más común del dolor menstrual es la inflamación del útero debida a hormonas llamadas prostaglandinas. Estas hormonas son necesarias para el proceso de la menstruación, pero en muchas personas hay un exceso de ellas, gracias a las toxinas y a los efectos que producen tanto en la producción de hormonas como en la capacidad del hígado para procesarlas. También tenemos que recordar que el útero es un órgano muscular. Cualquier músculo, si no está entrenado, si no está flexible, si está tenso o si está frío duele cuando se flexiona. Mantener el útero caliente no es tan difícil, ¿pero y mantenerlo entrenado y tonificado?

Antiguamente las mujeres tenían en cuenta su salud uterina. Había bailes y otros ejercicios que enseñaban a las niñas para ir fortaleciendo el útero. Y, algo que en mi opinión es de lo más importante, hablaban del útero y de los ciclos del cuerpo femenino con naturalidad. Explicaban a las niñas desde muy pequeñas que tenían un órgano muy especial que podía latir como el corazón.

Hoy en día la mayoría de las mujeres adultas no saben ni dónde está exactamente el útero, ni que tamaño tiene. Y como han hecho con nuestra sexualidad, han hecho con nuestros ciclos. Los han convertido en tabúes, en cosas de las que no se habla, y el conocimiento sobre estos aspectos tan fundamentales de nuestra salud se ha vuelto algo muy oculto. La desconexión de la mujer del conocimiento de su propio cuerpo es sin lugar a dudas uno de los aspectos más dañinos y más desempoderantes de la sociedad en la que hoy vivimos.

En otros tiempos y en otras culturas, la menstruación es un momento especial de cada mujer para cuidarse y para conectar con ella misma y su poder. Para la mayoría de nosotras, la menstruación es una molestia innecesaria. Incluso hay más medicamentos para parar totalmente de menstruar, que medicamentos para reajustar los desequilibrios que hacen que la menstruación sea dolorosa.

Muchas mujeres sufren condiciones como endometriosis o miomas uterinos, y la medicina alopática occidental no ofrece soluciones reales. Sabemos que existen desde hace décadas, pero tan pocos fondos han sido destinados a su investigación que la comunidad científica sigue sin respuesta cuando una mujer pregunta por qué le pasa. En estos casos te pueden hacer una intervención quirúrgica bastante invasiva, que ni siquiera resuelve la causa raíz. Conozco a mujeres con miomas que han sido operadas tres o cuatro veces, porque nunca han recibido tratamiento para el desajuste hormonal responsable del desarrollo de los miomas.

¿Crees que si fueran condiciones que afectan a hombres y mujeres por igual seguirían existiendo los mismos “tratamientos”?

Incluso hay viagra de mil marcas diferentes, así como estudios innumerables sobre su eficacia y efectos secundarios. Pero si tienes el síndrome de los ovarios poliquísticos no te pueden explicar por qué, la única opción es tomar un fármaco que anula totalmente tu producción de hormonas y tu ciclo (es decir, que para tu sistema reproductivo entero). Porque claro, ese tipo de problemas no parecen lo bastante importantes como para buscar tratamientos ni remedios eficaces.

¿Qué podemos hacer entonces?

Podemos unirnos y podemos compartir el conocimiento. Podemos declarar que no queremos sufrir, que no vamos a aceptar vivir con dolor. Podemos buscar apoyo en las plantas medicinales y en la acupuntura, para tratar lo que la industria médica y farmacéutica no hay querido tratar.

La desintoxicación del cuerpo, y sobre todo del útero, es una de las claves para disminuir el dolor. Algo tan sencillo como limitar el consumo de toxinas (también de alcohol, café y azúcar) en la fase premenstrual, asegurándote además de tomar bastante agua, puede marcar una gran diferencia. Y si añades verduras de hojas verdes e infusiones depuradoras incluso más.

Para fortalecer el útero en sí, el baile es un gran aliado; especialmente aquellos bailes que se centran en mover la zona del útero, como la danza oriental. Hay ciertas prácticas de yoga que también se enfocan en estirar esta parte del cuerpo, para mejorar su tono y flexibilidad. Y por supuesto, lo más eficaz para destensar el útero es un orgasmo. Tener orgasmos con una frecuencia regular también fortalece la capacidad del útero de latir, y así su capacidad de menstruar de manera más cómoda.

Tabitha Learn

Sensibilizar desde la Sensibilidad

Sensibilizar desde la Sensibilidad

Estamos en pleno noviembre, un mes marcado por una fecha clave, el 25N, día internacional por la erradicación de la violencia contra las mujeres. Tanto los movimientos sociales como las instituciones ponen el foco durante todo el mes en visibilizar esta lacra de la sociedad, señalar sus causas estructurales y buscar formas para ponerle fin. En los últimos años como sociedad vamos teniendo más conciencia respecto al tema, pero todavía existen sectores que no ven relación entre la violencia que sufrimos las mujeres y las estructuras sociales que la perpetúan. Por ello, la sensibilización mediante actividades, talleres, redes sociales, publicidad… sigue siendo fundamental. Maravilloso sería el año en que no hubiera la necesidad de marcar el 25N en el calendario, así como otros tanto días.

La semana pasada estalló una polémica a raíz de una campaña del Ayuntamiento de Córdoba para visibilizar la violencia de género. En el cartel se podía observar, tratando de describirlo de la forma más objetiva posible, un dibujo infantil que mostraba el rostro de una mujer llorando y un texto que lo acompañaba decía: “De mayor no quiero ser como mi papá”. Las reacciones en contra de la campaña no se hicieron esperar, alegando que era un ataque a la paternidad. A lo que el mismo ayuntamiento ha comunicado que «el objetivo ha sido poner en marcha una campaña de concienciación en la que se pusiera el foco en el daño emocional que sufren los menores que presencian cómo su padre agrede a su madre en el seno del hogar familiar», y que «en ningún caso, y bajo ningún concepto, se ha pretendido estigmatizar la figura paterna». Obviamente también se han podido ver reacciones apoyando la campaña, pero finalmente ha sido retirada. “Cuando hay que explicar el mensaje es que no se transmitió la idea bien. Para evitar que se pierda el objetivo con el que nació esta acción, retiramos la campaña. Y acompaño disculpas en primera persona a todas las personas que se han sentido ofendidas” ha publicado en su cuenta de twitter la teniente alcalde, Eva Timoteo.

Lo que ha sucedido nos lleva a una reflexión necesaria sobre cómo llevamos a cabo la sensibilización en materia de género. Porque si el objetivo de la campaña era sensibilizar sobre el tema, dadas las reacciones, podríamos decir que no se ha logrado tal objetivo, sino más bien todo lo contrario. Si de verdad queremos que la sensibilización sea eficaz, es fundamental replantearnos la forma de comunicar. Esta controversia nos puede servir de ejemplo para recordar los elementos de la comunicación que se nos explicaban en la asignatura de lengua. Por lo que os invito a acompañarme en este análisis sobre cómo se ha llevado a cabo la comunicación de esta campaña, para poder sacar aprendizajes y afinar más las acciones cuando realicemos actividades de sensibilización.

En primer lugar podemos definir el contexto, que tal y como ya hemos dicho es el mes dedicado a la eliminación de violencia contra las mujeres. Después podemos diferenciar los dos agentes que participan en esta comunicación. El emisor en este caso sería una institución, ya que esta campaña se lanza desde el ayuntamiento de Córdoba. El receptor sería la ciudadanía en general, y de forma particular aquellas personas con menor sensibilización en igualdad de género. El canal que deciden utilizar es una campaña publicitaria a través de unos carteles colocados en las calles de la ciudad. El mensaje que pretendía lanzar el ayuntamiento era concienciar sobre el daño emocional que sufren los menores que viven la violencia en su hogar por parte de su padre a su madre. Y digo pretendía, porque a la vista está que ha habido un fallo en el mensaje, el cual analizaremos más adelante. Por último hace falta hacer referencia al código, ese conjunto de reglas y normas comunes al emisor y receptor que favorecen la comunicación. Desde mi punto de vista, aquí se encuentra el quid de la cuestión, no sólo en este caso, incluso me atrevería a decir que la mayoría de los problemas de comunicación radican en un uso inadecuado del código, que se aleja del objetivo del mensaje que queremos transmitir. Para que una comunicación sea eficaz es crucial que todos los elementos vayan en sintonía y se complementen unos con otros.

Volviendo al ejemplo que estamos analizando, vamos a poner la lupa en algunos de los elementos para ver detalles interesantes. Si el objetivo de lanzar la campaña es sensibilizar sobre las consecuencias emocionales de la infancia que es testigo de la violencia de género, es fundamental que el código que se utilice sea acorde con el perfil de población que todavía no está sensibilizada en el tema, de lo contrario el mensaje sólo llegaría a personas ya sensibilizadas, por lo que no se alcanzaría el objetivo. Para ello el mensaje debe ser claro, conciso y sin posibilidad de errores en su comprensión, de lo contrario podría producirse un efecto opuesto a lo que se pretendía, tal y como ha sucedido con esta campaña.

Aparte de los seis elementos de la comunicación que se muestran en los libros de texto, existen manuales en los que se trata la comunicación de forma más amplia, que incluyen tres elementos más: la retroalimentación o feedback, que es la información que devuelve el receptor al emisor sobre el mensaje recibido; el ruido, que hace referencia a las dificultades que se producen durante la transmisión del mensaje; y el filtro, que muestra las barreras mentales que surgen por parte del emisor y/o receptor. En el caso que estamos analizando considero que es importante incluir dos de estos elementos, ya que nos ayudan a ver el tema con una mirada más amplia.

En cuanto al filtro, podemos diferenciar dos tipos de personas según el feedback que han hecho de la campaña. Por una parte están quienes al leer “De mayor NO quiero ser como MI papá” han visto que el mensaje se refiere a los casos en los que el padre es violento con su madre (reflejada en la mujer que llora en el dibujo). Por otra parte están quienes han leído el texto descontextualizado de la imagen, debido a las creencias previas que suelen reflejarse en frases como “no todos los hombres”, sintiendo esta campaña como un ataque a su paternidad o a la paternidad de sus padres. Con esto no pretendo juzgar ninguna de las reacciones, pero esta situación me invita a aprovecharla para reflexionar y hacer un ejercicio de autocrítica desde los feminimos, para cuestionarnos nuestra forma de sensibilizar, haciéndonos preguntas como: ¿tiene sentido enfocar la sensibilización en colectivos ya sensibilizados?, ¿cómo podemos llegar a aquellos sectores en los que la perspectiva de género les es ajena?, ¿cómo podemos adaptar nuestros códigos lingüísticos para que el mensaje sea comprendido por aquellas personas que todavía no han descubierto las gafas violetas? Si las personas a las que pretendemos sensibilizar se sientan ofendidas o atacadas, ¿esto favorece que les llegue nuestro mensaje o a lo mejor tenemos que empezar a mostrar lo más obvio?

Estas preguntas sería interesante responderlas en común, pero lo que sí tengo cada vez más claro es que a la hora de diseñar una campaña definamos bien cual es el público objetivo para sensibilizar, de esta manera podremos adecuar el mensaje, el código y el canal al perfil que nos interesa, aprovechando los contextos que favorezcan que lo que queremos transmitir llegue a aquellos sectores de la sociedad que más necesitan sensibilización en este tema. Lo importante es no perder de vista nuestro objetivo y aprovechar estas circunstancias como una oportunidad poder ajustar nuestra forma de sensibilizar en igualdad de género.

Luz Casasola

Lo Personal como Político y Colectivo

Lo Personal como Político y Colectivo

Son tiempos de coaching, gestión de las emociones, manifestación de los sentires, autoconocimiento, autocuidados, desarrollo de habilidades comunicativas o resolución de conflictos. Estos y otros muchos aspectos relacionados con la salud emocional y con el desarrollo personal, antes tan olvidados, permean ahora todos los ámbitos de nuestra realidad, entre ellos el feminista.

Tradicionalmente, en el marco de nuestra sociedad patriarcal y capitalista, la libre expresión de las emociones, la preocupación por ellas o el interés por el bienestar psicológico se consideraban temas superfluos, e incluso eran denostados por encontrarse ligados a la feminidad. Los tiempos parecen haber cambiado y, más allá de la necesaria revalorización de estos aspectos, actualmente hay autoras como Eva Illouz que señalan que vivimos en un «capitalismo emocional». En este nuevo contexto, para la mencionada autora algunos discursos del psicoanálisis y la autoayuda convergen con los intereses económicos, generando que las relaciones personales y los problemas emocionales se piensen desde la lógica capitalista: analizar estratégicamente nuestras cualidades y emociones para llegar más lejos, invertir en bienestar porque conlleva una ganancia, gestionar las emociones para mejorar nuestra productividad… Lo que Illouz sostiene, en esencia, es que ciertos discursos terapéuticos permiten ligar las emociones al desarrollo del capital; es decir, son instrumentalizados por el capitalismo porque le benefician.

Y ahora bien, ¿esto por qué debería importarle al feminismo(s)? Por un lado, desde perspectivas interseccionales sabemos que uno de los ejes de desigualdad que como mujeres nos afecta es la clase social. Si el capitalismo contribuye a acentuar nuestra subordinación y a situarnos en posiciones desiguales, este tipo de discursos que lo benefician deberían importarnos. Pero además, bajo mi punto de vista, desde algunos marcos feministas también se reproducen estos discursos, que entiendo que benefician igualmente al patriarcado. Voy a explicar por qué lo concibo de esta forma.

Situándonos en el marco feminista de nuestro Estado, la inclusión en este de la esfera emocional personal y de la preocupación por el bienestar se encuentran muy ligadas a dos consignas bastante alejadas temporalmente, pero que han vertebrado la forma de hacer política y de pensar el feminismo: «lo personal es político» y «situar la vida en el centro». En su origen, ambas consignas apuntaban claramente a lo colectivo, porque muchas de nuestras experiencias personales devienen de desigualdades estructurales, así como repensar nuestras formas de vivir/sentir valorando los cuidados contribuye a generar cambios profundos en esas estructuras de poder.

Ahora bien, me pregunto si estas ideas tan centrales (y las que han derivado de ellas) es posible que hayan sido coaptadas por el capitalismo emocional, despolitizándolas y alejándolas de lo colectivo para apuntalar el individualismo. Y responder a esta pregunta requiere indagar en qué tipo de prácticas o actividades feministas relacionadas con los cuidados, el autoconocimiento y lo emocional se desarrollan actualmente.

En este sentido, uno de los ejemplos que probablemente sea más ilustrador es el del empoderamiento femenino. Proliferan los contenidos en redes orientados al empoderamiento o las actividades que tienen entre sus ejes favorecerlo, pero en muchos casos este se orienta a potenciar de forma genérica el crecimiento y la superación personal, adoptando un espíritu exclusivamente individualista. Como denunció en su momento Rafia Zakaria, abogada pakistaní, este término se ha pervertido y diluido hasta la ambigüedad, quedando muy lejos de su original enfoque como herramienta para transformar la subordinación de género a través de la movilización política colectiva.

Algo similar parece haber ocurrido con el autocuidado, una práctica que tiene un carácter feminista por su potencial para romper con las exigencias que como mujeres se nos imponen y como herramienta para enfrentarnos a la violencia vivida, tal y como la activista afroamericana Audre Lorde la concebía1. En la actualidad, el autocuidado a veces está mucho más cerca de ser una forma de aliviar el malestar o el estrés personal para poder seguir siendo productivas socialmente, que de ser una estrategia política de resistencia frente a las opresiones. Y es especialmente notable que se haya vinculado a prácticas que implican el consumo de bienes para generar satisfacción inmediata.

Y otro tanto puede observarse en el autoconocimiento. En muchos casos se acerca a visiones que lo vinculan con la reafirmación y la superación personal, donde nuestro éxito o fracaso al enfrentarnos a las desigualdades vividas parece depender del esfuerzo que invirtamos en explotar al máximo nuestras cualidades, en reinventarnos o en sacar provecho de nuestras habilidades; todo ello habitualmente enfocado a mejorar nuestra posición económica o nuestro bienestar individual.

Por todo ello, a mi juicio hay una evidente desvirtuación del empoderamiento, el autocuidado o el autoconocimiento, que parece haber convertido a estas prácticas en etiquetas (literalmente): palabras vistosas que adornan los discursos, pero frecuentemente vacías de todo contenido político. Han llegado a tomar la forma de prácticas que, por su marcado individualismo, se encuentran despojadas de la posibilidad de incidir en las desigualdades.

Y por otro lado, el que estas prácticas se hayan alejado de su concepción originaria como estrategias de resistencia feminista considero que beneficia al sistema patriarcal. Concebidas desde esas ópticas desconectadas de la actitud crítica y de resistencia, se convierten en prácticas que fomentan el individualismo feminista, que priorizan el bienestar personal de las mujeres como última finalidad, afectando así a la construcción de lo colectivo (donde la finalidad es luchar contra las desigualdades para que todas podamos vivir vidas libres de violencia, discriminación y opresión). Y no podemos olvidar que la fuerza del feminismo, su capacidad para transformar las realidades, radica precisamente en su carácter colectivo. Lo que divide a las mujeres, beneficia al patriarcado.

Pero además, de forma indirecta, desde esas ópticas son prácticas que tienden a situar la responsabilidad de erradicar las situaciones de desigualdad en las propias mujeres: si te cuidas, te conoces y te empoderas puedes cambiar tu vida y ser más libre. Esto obvia que muchas de nuestras situaciones vitales están marcadas por desigualdades estructurales, de forma individual difícilmente podemos cambiarlas. Y merece la pena resaltar que también pueden generar la patologización de las situaciones de desigualdad social; es decir, llevar a concebir nuestros malestares como fruto de una mala salud emocional personal, no como fruto de las desigualdades. Lo que desconecta a las mujeres de concebir sus circunstancias vitales como opresiones compartidas, beneficia al patriarcado.

En síntesis, este artículo es una pequeña llamada a la reflexión sobre los diferentes efectos que nuestras prácticas feministas pueden generar. Contamos con herramientas muy poderosas para cambiar nuestras realidades y contribuir a erradicar las desigualdades, pero no podemos olvidar que si lo personal es político, precisamente por ser político también es colectivo.

Podemos darles otra forma a estas prácticas, extraer todas sus potencialidades para que tengan repercusiones verdaderamente colectivas. Por ejemplo, cuando hablamos de empoderamiento, sería más interesante dar espacio a la construcción colectiva de estrategias de resistencia frente a las desigualdades, permitiendo que el desarrollo personal vaya ligado a un impacto positivo en otras mujeres. Podríamos también propiciar desde el autocuidado tiempos y espacios no ligados al consumo, sino orientados a reconocernos y amarnos, a recomponernos y seguir enfrentándonos a las desigualdades. Y, como herramienta feminista, el autoconocimiento podríamos enfocarlo de forma completamente diferente, para observarnos desde otros ojos que no sean los de los sistemas que nos oprimen, para percibirnos, valorarnos y mejorar nuestra autonomía. Podría servir para cuestionarnos y reflexionar sobre lo vivido, así como para preguntarnos cómo nuestras cualidades, capacidades y habilidades pueden contribuir a mejorar lo colectivo y a transformar las desigualdades.

Lía Guerrero

1 En sus palabras: «Cuidar de mi misma no es un acto de autoindulgencia, es autopreservación, y esto es un acto de guerra política».

El Desequilibrio Emocional del Patriarcado

El Desequilibrio Emocional del Patriarcado

El sistema actual en el que vivimos, capitalista y patriarcal, está desequilibrado lo miremos por donde lo miremos: el reparto desigual de los recursos, la brecha salarial, la poca presencia de mujeres en cargos de decisión… Podríamos seguir enumerando las distintas desigualdades que vemos, pero quizás sea más interesante poner el foco en un aspecto no tan visible, pero no por ello menos importante: el mundo emocional.

Para empezar, es importante saber que las emociones tienen una función biológica fundamental, nos permiten adaptarnos a las demandas del entorno enviándonos mensajes a través del cuerpo. Por ejemplo, el miedo nos informa de un posible peligro, haciendo reaccionar nuestro cuerpo de forma totalmente involuntaria; si el peligro es inmediato, actuará paralizándose o huyendo. Un proceso sano de gestión emocional se iniciaría escuchando esas emociones y permitiendo que surjan sin negarles su espacio. En primer lugar es importante conectar con la emoción y conocer su causa, para después, con ayuda de la mente, buscar la forma más adecuada de gestionarla y soltarla así después de haberla atendido. No escuchar las emociones implicaría que con el tiempo vayan ocupando más espacio, e incluso se instauren como un estado anímico, por lo que ya no sería adaptativo. Siguiendo con el ejemplo del miedo, sería una emoción funcional si la dejamos aparecer cuando surge y la soltamos cuando el peligro ha desaparecido. Sin embargo, aferrarnos al miedo nos haría vivir en un estado de alerta constante, lo que nos impediría diferenciar un peligro real de uno infundado. Es importante que tengamos claro que todas las emociones tienen su función, el catalogarlas como positivas o negativas dependerá de cómo sea el resultado de nuestra gestión emocional.

Esto sería mucho más sencillo si fuésemos seres puramente biológicos, pero no podemos olvidar que somos también seres sociales, por lo que el entorno en el que nos desenvolvemos y las relaciones que entablamos tienen un fuerte impacto en cómo finalmente realizamos esa gestión emocional. La biología nos da una guía magnífica para prestar atención a los mensajes internos a través de las emociones primarias: alegría, tristeza, ira y miedo. Sin embargo, en ocasiones la sociedad, más que una ayuda, es un obstáculo para poder expresarlas. De forma general tenemos asumido que mostrar algún atisbo de emoción es signo de debilidad o que existen emociones mejores o peores, que algunas se pueden mostrar en público y otras no…

Cuando hablamos de emociones suelen aparecer frases comúnmente conocidas como “las mujeres son más emocionales”, “los niños no lloran”… ¿Pero qué hay detrás de todo esto? Si las mujeres son más emocionales y mostrar emociones es signo de debilidad, entonces las mujeres son débiles. Si los niños no lloran, cuando sean adultos no mostrarán sus emociones, por tanto serán fuertes. Este tipo de conclusiones resultan muy dañinas, ya que nos pueden llevar a reprimir nuestras emociones, a que estas se vean desbordadas o incluso a disfrazarlas para evitar que se nos juzgue socialmente. La repercusión de todo esto a nivel personal es la dificultad en el manejo de emociones, mientras que a nivel social se instauran desigualdades que marcan más aún los estereotipos de género.

Si desde niña te han dicho que para ser buena tienes que complacer constantemente sin mostrar tu rabia, cuando seas adulta habrás aprendido a reprimir esa emoción con tal de encajar en lo que se espera de ti. Pero, eso sí, si no puedes ocultarla del todo, puedes mostrar esa rabia disfrazada de tristeza, porque mostrarse como una mujer triste está más permitido socialmente que mostrarse como una mujer furiosa. Por otro lado, si a los niños les dicen que no pueden llorar, con el tiempo habrán aprendido a reprimir su tristeza, lo que les dificultará mostrar una respuesta adaptativa ante un suceso que les provoque tristeza cuando sean adultos, que podrá derivar en algún bloqueo emocional o mostrando la ira, que sí está bien vista en los hombres. El miedo es otra emoción que evidencia el desequilibrio emocional del patriarcado. Por una parte, desde pequeños se anima a los niños a superar sus miedos, recibiendo felicitaciones ante el más mínimo acto de valentía; mientras, a las niñas se les envían mensajes de cuidado constante, advirtiéndoles que miren por dónde y cómo van, por si les pudiera pasar algo. De esta forma se perpetúa la visión del hombre fuerte y la mujer débil.

Considero también fundamental hablar de la alegría. Esta emoción, analizada desde una perspectiva de género, parece no ofrecer muchas diferencias respecto a cómo es vivida y expresada, pero si incluimos en este análisis la visión desde el capitalismo podemos encontrarnos matices interesantes. Los mensajes que nos llegan constantemente a través de la publicidad, los medios de comunicación y las redes sociales es que la emoción obligada es la alegría. Está más o menos permitido que aparezcan las otras en algunos momentos, pero el refuerzo constante es que la alegría sea la predominante, lo que tiene como nefasta consecuencia la negación de las otras. Esto ya de por sí es perjudicial para la salud emocional, pero, por si fuera poco, el otro mensaje que nos llega sobre la alegría es que nos dicen cómo alcanzar esa emoción suprema: la vía más directa es el consumismo. En el caso de las mujeres ese consumismo está muy relacionado con nuestra apariencia física; seremos más felices si cumplimos con los estándares establecidos de “belleza” (que en mi humilde opinión, se le hace un flaco favor a esta palabra tan bella). Gastamos nuestro dinero y tiempo en intentar encajar mediante la ropa, el maquillaje, la depilación e incluso la cirugía. Lo que no nos dicen es que esa alegría es momentánea, dura lo que dura la sensación de haber logrado eso que deseabas, pero después se desvanece, por lo que tendrás que buscar un nuevo consumo para revivir esa emoción, entrando así en un bucle infinito. Otro camino es la acción constante, parece que si no estamos haciendo algo de cara a la galería no estamos sintiendo alegría, de ahí la cantidad de publicaciones que inundan las redes sociales con sonrisas en bailes, excursiones o viajes. Nos infunden la necesidad de mostrar al público la cantidad de cosas que hacemos; cuando eso no es posible, sentimos un vacío muy grande.

Sin embargo, hay otra forma de experimentar la alegría y de hacerlo fuera de los límites patriarcales y capitalistas, que no dejan de ser muy individualistas. Podríamos nombrarla como la alegría de los cuidados o la alegría política, porque trasciende el yo para abarcar al resto de personas, seres y al planeta. Esa alegría puede surgir, como una de tantas formas que hay, de una sana gestión del resto de emociones. ¿Te ha sucedido alguna vez que sientes una plena alegría después de recibir consuelo por parte de una amiga que te ha escuchado pacientemente expresar tu tristeza o tu rabia? ¿Recuerdas algún momento compartiendo con más personas acciones comunes para solucionar un problema colectivo? Seguro que conoces un sinfín de ejemplos como estos de una alegría genuina y transformadora, una alegría que no se queda solo en ti, sino que puede generar cambios en tu entorno. Ahora podemos preguntarnos, ¿las otras emociones básicas también pueden ser transformadoras? Por supuesto que sí. Si atendemos nuestra tristeza y llegamos a su causa, podemos encontrar detrás un aprendizaje para el futuro. Si escuchamos nuestra rabia, podemos cambiar realidades injustas. Si reconocemos nuestro miedo colectivo como mujeres, podemos hacer piña para construir espacios seguros.

Podríamos continuar reflexionando sobre este asunto y seguir aportando distintas visiones, pero hoy por hoy esta disertación me lleva a pensar que es urgente la educación emocional para ir logrando un mayor equilibrio. Podemos empezar generando para las emociones espacios y tiempos de cuidado desde nuestro entorno y en la cotidianidad, porque una buena salud emocional, tanto personal como colectiva, es una base firme para construir relaciones sanas, basadas en el respeto mutuo y la escucha empática a las emociones implicadas. Una acción concreta puede ser que antes de hacer algún comentario en un momento en el que una persona esté mostrando una emoción, pensemos bien las palabras que vamos a usar, sobre todo si se trata un niño o una niña, ya que en la etapa infantil el acompañamiento emocional es crucial.

Luz Casasola

La Anticoncepción desde lo Político

La Anticoncepción desde lo Político

Hay una cantidad enorme de mujeres que toman algún tipo de anticoncepción hormonal.  El poder de decidir sobre nuestros cuerpos y prevenir un embarazo no deseado es un derecho de todas, y gracias a los anticonceptivos muchas mujeres tienen este poder en un contexto en el que los condones no son económicamente asequibles y la población en general no ha podido acceder a una educación sexual.  Sin embargo, hay mucha desinformación sobre los métodos hormonales y la mayoría de mujeres que toman anticonceptivos lo hacen para tratar otros síntomas y no para evitar un embarazo en sí.  Se recetan a chicas cada vez más jóvenes, a menudo antes de que sus ciclos se establezcan de forma regular, y casi siempre sin explicarles cómo funcionan y cuáles son sus efectos.

¿Qué es lo que hace la anticoncepción hormonal a un cuerpo menstruante? Detiene el ciclo totalmente, interrumpiendo la producción natural de hormonas reproductivas. Esto quizás no parece gran cosa, pero la comunicación entre el sistema nervioso y el aparato reproductor mediante las hormonas es algo que afecta a todo el cuerpo. Cortar esta comunicación y añadir al cuerpo hormonas sintéticas hace que el cuerpo pierda el contacto con su funcionamiento natural. Esta “solución” ofrecida ante cualquier irregularidad (sea un dolor menstrual o sangrados abundantes a miomas uterinos o el síndrome de ovarios poliquísticos), no pone fin a ningún desequilibrio, sino que más bien lo esconde debajo de una alfombra y dibuja un supuesto equilibrio superficial encima. El 60% de consumidoras de la píldora anticonceptiva empiezan a tomarla para paliar una molestia en su ciclo, no para evitar el embarazo. Con esta píldora el ciclo hormonal es totalmente falso, provoca un sangrado una vez al mes y aparentemente parece que se ha solucionado su problema; pero al dejar de tomarla, el desequilibrio que causaba la molestia sigue ahí, y muchas veces incluso ha empeorado.

Consideremos por un momento esto último. Todos y cada uno de los llamados trastornos del sistema reproductor femenino son tratados por la medicina alopática paralizando todas las funciones de este sistema. Y ello sin buscar la causa del problema, sin diferenciar entre síntomas, sin identificar el desequilibrio hormonal para reajustarlo o para ayudar al cuerpo a estabilizarse. No, directamente se detiene toda la producción de hormonas sexuales, así como toda función del útero y de los ovarios. Y todo esto sin ofrecer ni considerar alternativas.

Millones y millones de mujeres con algún desajuste en el ciclo, en lugar de recibir información sobre las causas del mismo u opciones para mejorarlo, simplemente reciben la prescripción de tomar anticonceptivos.

¿Acaso no hay posibilidades en el mundo para investigar sobre cómo tratar efectivamente estas condiciones? Si a todas las personas con trastornos digestivos, en lugar de hacerles pruebas para recetarles el medicamento adecuado que pueda mejorar la función de su estómago, les dieran una pastilla universal que apague este sistema y haga que dejen completamente de comer y de ir al baño, nos parecería muy ridículo e incluso indignante. Y mucho menos pensaríamos que lo normal sería tomarlas durante décadas sin parar. Pues con la anticoncepción hormonal pasa exactamente esto, solo que únicamente afecta a las mujeres.

Hay varios tipos de contracepción hormonal: la píldora, el parche, el anillo, DIUs, inyecciones… y dentro de cada tipo hay variaciones. Existen los que usan versiones sintéticas de estrógeno y progesterona, las hormonas sexuales femeninas para engañar al cuerpo, y los que solo usan uno u otro. En el cuerpo cíclico, tanto estrógeno como progesterona juegan papeles importantes, aumentan y disminuyen a lo largo del ciclo para provocar la ovulación y la menstruación. Estas hormonas reproductivas también influyen enormemente en nuestros estados anímicos, notablemente en la estabilidad emocional, la concentración, la motivación y la irritabilidad entre otras cosas. Las hormonas sintéticas, en lugar de subir y bajar de manera fluida a lo largo del mes, son proporcionadas al cuerpo siempre en la misma cantidad, todos los días. El estrógeno nunca sube lo suficiente para provocar la ovulación y la presencia constante de progesterona convence al cuerpo de que ya está embarazado, para producir un tapón mucoso en el cuello del útero que inhibe la entrada de espermatozoides.

Entonces, teniendo la misma cantidad de hormonas sexuales en nuestros cuerpos todos los días, pasamos de ser cíclicas a ser lineales. No tenemos este subidón de motivación alrededor del momento de la ovulación, ni esas ganas innatas de descansar y cuidarnos cuando nos acercamos a la menstruación. Nos encontramos en un estado menos cambiante, algo que nos aleja de nuestra naturaleza y nos acerca a un modelo de productividad que predomina en la sociedad occidental moderna. En esta sociedad el acto de menstruar se ve como una debilidad, solemos rechazar esta oportunidad tan indicada para parar y reflexionar. Se puede argumentar que, si permitiéramos descansar nuestro cuerpo cuando lo necesita, esto aportaría mucho a nuestra salud y a nuestras diferentes capacidades a lo largo del ciclo. 

El hecho de no permitirnos cuidarnos, o el desconectarnos de nuestros cuerpos y nuestras necesidades, son cosas que benefician enormemente al mundo capitalista patriarcal, del que muchas tenemos la necesidad de salir.  Mujeres que llevan muchos años tomando la píldora o usando el anillo comentan que se sientan apagadas, estáticas, sin ganas ni entusiasmo.

Aparte de todas las implicaciones emocionales que conlleva esta desconexión del ciclo natural del cuerpo, la intervención química tiene muchos efectos adversos de los que no se nos suele informar. Al suprimir el estrógeno natural, la densidad de los huesos disminuye, debilitando el cuerpo en general y pudiendo causar osteoporosis. El riesgo de padecer cáncer cervical, de mama o de hígado aumenta, y en el caso de las píldoras con altos niveles de estrógeno sintético, el riesgo puede ser de hasta un 50%. También aumenta de tres a cinco veces el riesgo de coágulos sanguíneos y trombosis, algo que puede ser muy peligroso. En personas que fuman o que tienen la presión alta este riesgo se multiplica aún más. Cambia la flora del tracto intestinal, como hacen los antibióticos, causando en muchos casos condiciones autoinmunes, inflamatorios, o digestivos. Otros efectos incluyen aumento de peso, sensación de hinchazón, migrañas y falta de líbido.

El efecto de la ausencia de hormonas naturales sobre la líbido por sí solo puede causar una amplia gama de problemas psicológicos como depresión, apatía y rechazo hacia el propio cuerpo. Al estar menos conectada con todo el autoconocimiento que ofrece el ciclo femenino, es probable que una persona en esa situación sienta que le faltan las capacidades comunicativas necesarias para expresarse, pudiendo esto perjudicar sus relaciones. Una también se encuentra desconectada de sus instintos más animales, ya que existen estudios que muestran que el uso de anticonceptivos hormonales cambia la percepción de los olores de las personas e influye en qué tipo de cualidades nos atraen o no de otras personas. 

En este sentido, se realizó un interesante estudio sobre la píldora anticonceptiva con un grupo de monos que vivían en una estructura social marcada, en la que el macho alfa solamente practicaba sexo con la hembra alfa. Cuando los científicos dieron a la mona alfa anticoncepción hormonal, el mono alfa dejó de estar interesado en ella y empezó a practicar sexo con las demás monas. Cuando también dieron las pastillas al resto de monas del grupo, los machos tardaron poco en empezar a tener relaciones homosexuales entre ellos. Al dejar de suministrar pastillas a las monas, todo volvió poco a poco a la situación original.

Es uno de muchos ejemplos que nos puede ayudar a entender lo grande que es el efecto de los anticonceptivos hormonales. Es importante mencionar aquí que en el caso de las mujeres que dejan de tomar los anticonceptivos después de un tiempo, tardan meses o incluso años en recuperar un ciclo menstrual estable, y muchas veces sufren periodos de depresión o ansiedad. También es común un efecto rebote, que ocurre generalmente de cuatro a seis meses de hablarlos dejado, en que se desequilibran los andrógenos, las hormonas sexuales masculinas, posiblemente causando pérdida de cabello, exceso de vello facial o corporal, dolor vaginal, candidiasis y migrañas.

Desde hace más de dos décadas, cada cierto tiempo suelen aparecer noticias sobre un nuevo anticonceptivo para hombres, pero siempre acaba descartándose su comercialización porque sus efectos secundarios son demasiados perjudiciales. A este respecto, es necesario cuestionar si los efectos secundarios de las pastillas que toman nuestras amigas y hermanas todos los días durante años son o no son demasiados perjudiciales, y si estos efectos realmente compensan no tener que comprar preservativos. También es necesario reflexionar sobre por qué se pone en peligro la salud física y mental de una persona que puede quedar embarazada durante pocos días del ciclo (y aun así normalmente solo una vez cada año y medio como máximo), en lugar de orientar la anticoncepción a la persona que tiene la posibilidad de generar embarazos todos los días, desde la pubertad hasta la muerte.

Las instituciones médicas no nos lo dicen y la mayoría de las personas profesionales de la salud ni siquiera lo saben, pero hay alternativas.  Es posible conocer  tu cuerpo y  tu ciclo, tratando los desequilibrios específicos con distintas terapias, en lugar de apagar una parte entera de tu cuerpo.

Tabitha Learn

La Lógica Patriarcal del Consentimiento

La Lógica Patriarcal del Consentimiento

¿De qué hablamos cuando hablamos de consentimiento? ¿De voluntad? ¿De deseo? ¿De aceptación? ¿De acuerdo entre las partes? En los últimos años este concepto ha sido objeto de múltiples análisis y debates, propiciados principalmente por el tratamiento judicial del caso de La Manada. Este caso, entre otras cuestiones, evidenció que existe un problema jurídico con el concepto «consentimiento sexual»; un problema que se extiende a su propio significado y alcance. Y en este sentido, creo que esta problematización es positiva. Es más, resulta necesaria y cobra todo su sentido cuando se extiende más allá del marco jurídico.

Me gusta pensar que toda palabra o concepto está rodeado de un imaginario que lo moldea, lo conforma y lo sitúa en el plano vivencial; especialmente si se trata de un concepto que está inevitablemente ligado a la realidad social y cultural. Y hay dos aspectos que parecen emerger claramente cuando se abordan los imaginarios que rodean al consentimiento en el marco de la heterosexualidad: que no es entendido de la misma forma por todos los sectores sociales y que sus repercusiones difieren en función de cómo sea interpretado.

¿Pero de qué diversas formas entendemos el consentimiento? Las primeras concepciones de las que podemos partir son la que proporciona la Real Academia Española (RAE), que ofrece tres acepciones del término:

1. Acción y efecto de consentir.

2. En los contratos, conformidad que sobre su contenido expresan las partes.

3. Manifestación de voluntad, expresa o tácita, por la cual un sujeto se vincula jurídicamente.

Esta remisión a la RAE no es baladí, pues como institución ostenta el poder de legitimar el lenguaje, de marcar su significado. Consecuentemente, sus acepciones son a la par reflejo y reconocimiento de los imaginarios sociales predominantes1. Y si observamos estas definiciones y profundizamos un poco en ellas, podemos advertir que el consentimiento se encuentra asociado a dos imaginarios que en apariencia son completamente opuestos: el de permitir algo y el de decidir sobre algo.

En el primero de ellos consentir remite (y sigo refiriéndome a la RAE) a permitir, otorgar, obligarse, acatar, soportar, tolerar, resistir… Llegadas a este punto, podemos empezar a intuir la clase de repercusiones que este imaginario del consentimiento puede generar. Cuando consentir equivale a permitir algo, la parte que «consiente» queda en una posición subalterna: acata o tolera lo que la otra parte quiere. En este imaginario del consentimiento parece complejo que tenga cabida la pregunta de si la parte subalterna quería o no, lo importante es que permite. ¿Sería entonces una decisión libre? Entrar a debatir sobre ello desbordaría el marco de este artículo, pero sí que quisiera dejar constancia de que en el marco sexo-afectivo consentir desde la permisión me resulta profundamente desigual, y entiendo además que abre la puerta a la violencia simbólica: no hay mejor forma de imponer algo, que siendo aceptado por la otra parte sin necesidad de coaccionarla.

Por otro lado, en el segundo de estos imaginarios consentir conlleva que hay una conformidad, o bien una manifestación de voluntad. La conformidad es un término de doble filo: sirve tanto para señalar que hay igualdad y correspondencia, como aprobación y tolerancia hacia algo (volveríamos al primer imaginario). Y por su parte, la voluntad evoca a decidir, a elegir, a admitir o rehusar algo, a la intención, las ganas o el deseo de hacerlo. Así, consentir desde la conformidad y la voluntad parece tener una connotación mucho más positiva, pero esta connotación puede enturbiarse si la consideramos desde otro prisma. ¿Sobre qué decidimos o manifestamos nuestro deseo? ¿Sobre algo que nos viene dado y se nos ofrece, o sobre algo que se construye recíproca y mutuamente?

Hablamos en ambos casos de la necesidad de atender a los significados desde la existencia de estructuras de poder. Es en este terreno donde emergen las relaciones de género y donde las repercusiones de estos imaginarios se revelan. ¿Qué ocurre si, junto a estas concepciones del consentimiento, situamos la autonomía y la libertad sexual de las mujeres? Catharine MacKinnon, una de las autoras que más ha indagado en este interrogante, considera que desde una perspectiva feminista el consentimiento es un concepto intrínsicamente desigual; y ello porque se presenta como el libre ejercicio de la elección sexual, pero obviando que puede no haber condiciones de igualdad de poder en ese marco relacional. Además, señala que en este concepto subyace una determinada representación de la sexualidad femenina:

“El consentimiento como concepto describe una interacción dispareja entre dos partes: una parte activa A que inicia, y una pasiva B que acepta o se rinde a las iniciativas de A” (MacKinnon, 2016:440).

Es decir, se trata de un concepto que está anclado en una consideración de la sexualidad femenina como pasiva, pero receptiva al deseo sexual masculino. Esta connotación parece estar presente, en mayor o menor medida, en los dos imaginarios del consentimiento referidos. Y cabe recordar que esta representación de la sexualidad femenina como pasiva sirve de base para la cultura de la violación, en tanto sitúa a las mujeres como objetos sexuales accesibles o disponibles para el placer masculino.

La idea jurídica actual del consentimiento se acerca peligrosamente a estos imaginarios. Sin entrar a referenciar el Código Penal ni la doctrina del Tribunal Supremo2, el consentimiento se entiende como:

Una manifestación de la voluntad de la persona que proviene de una decisión libre, en tanto esa decisión no responde al uso de violencia o de intimidación; y que implica además ostentar la capacidad para comprender la naturaleza del acto sexual que se realiza.

Es decir, los tribunales parten de la presunción de que hay consentimiento donde hay una interacción sexual que no reviste violencia o intimidación (jurídicamente hablando, que esto es otro punto y aparte). En los supuestos tipificados como abuso sexual esto genera un problema enorme. A falta de uno de estos elementos, es necesario que se acredite la no voluntad recurriendo a las circunstancias contextuales del caso, lo que abre de par en par la puerta a que la conducta de la mujer puede interpretarse desde visiones estereotipadas como una invitación a la relación sexual, como un consentimiento implícito.

Pero además, no basta con esta apariencia de no violencia, sino que es necesario que se manifieste la voluntad. Esto en la práctica jurídica implica que la ausencia de consentimiento tiene que ser conocida por el hombre, o bien entender el tribunal que fue expresada de forma reconocible para él. No negaremos que esto resulta bastante inquietante en el marco de una sociedad patriarcal, donde las creencias de los hombres sobre el consentimiento femenino se construyen sobre la cultura de la violación, que normaliza el uso de violencia o coacción en las interacciones sexuales.

Como es posible observar, esta significación del consentimiento (en los supuestos en los que hay plena capacidad de comprensión) se acerca mucho al imaginario del consentir desde la permisión: puede que la interacción sexual no sea producto de los deseos de la mujer, pero se entiende que su voluntad es libre si parece que ha permitido esa interacción. Pero también abraza el imaginario de decidir sobre algo que se nos ofrece, hasta el punto de terminar atribuyendo a la mujer la responsabilidad de decidir de una forma que sea reconocible inequívocamente para el hombre.

Hagamos por último aterrizar ambos imaginarios en el plano social. ¿Cómo vivimos el consentimiento en nuestras relaciones heterosexuales? La lógica patriarcal del consentimiento, generada por estos imaginarios que nos conciben pasivamente, parece habernos llevado a la idea de que es responsabilidad nuestra (de las mujeres) manifestar claramente nuestra voluntad ante una interacción sexual, e incluso parece empujarnos a ello. Consignas como «no es no», pese a su carácter feminista y la necesidad de su mensaje, personalmente creo que se encuentran en cierto punto permeadas por esta lógica del consentimiento, donde seguimos siendo nosotras las que tenemos que hacer entender a la otra parte lo que queremos o no. Creo que nuestra sexualidad será un poco más libre cuando situemos en ellos la responsabilidad de construir junto a nosotras relaciones sexo-afectivas desde la reciprocidad. Y esto implica algo mucho más profundo que el mero reconocimiento de nuestra voluntad, implica transformar las bases desde las que nos relacionamos sexualmente.

Quizá debamos entonces buscar nuevos términos o nuevos significados para nombrar las realidades que queremos cambiar, para expresar cómo queremos vivir nuestra sexualidad. Términos y significados que se ajusten a lo que somos; no mujeres con capacidad para decidir sobre lo que nos ofrecen y para hacernos entender, sino mujeres con capacidad para construir activamente, para transformar.

Lía Guerrero

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

MACKINNON, Catharine (2016): “Rape redefined”, Harvard Law & Policy Rewiev, 10: 431-477.

1 Los imaginarios de la «resistencia», los que se sitúan en los márgenes sociales, tienen poca cabida en la RAE. Los encontramos en las paredes y pancartas, en la literatura y la teoría subversivas, en las conversaciones de barra de bar, de banco de parque o de puerta de casa.

2 Extenderme en este aspecto creo que resultaría excesivamente farragoso, pero voy a facilitarlo un poco para que podamos situarnos en el texto. A grosso modo, el Código Penal describe qué acciones constituyen un delito contra la libertad sexual (lo que las juristas llamamos tipos penales). La ausencia de consentimiento es un elemento de estos tipos penales, es necesaria para que los delitos de agresión sexual, violación y abuso sexual tengan lugar. Pero qué es o no consentimiento no es plenamente configurado por la norma penal, es algo que se va definiendo paulatinamente y de forma posterior, cuando estas normas son aplicadas. Las consideraciones del Tribunal Supremo en sus sentencias [doctrina] son las que van configurando qué se entiende por tal y qué características debe tener.

Merecemos Ser Nombradas

Merecemos Ser Nombradas

http://www.rae.es/consultas/los-ciudadanos-y-las-ciudadanas-los-ninos-y-las-ninas

La RAE se ha manifestado en numerosas ocasiones contra el uso del lenguaje inclusivo, considerando que este tipo de desdoblamientos pueden resultar artificiosos desde el punto de vista lingüístico. Pese a su criterio, defendemos que desde el punto de vista social estos desdoblamientos son totalmente necesarios. Existen muchas razones extralingüísticas por las que es urgente visibilizar a las mujeres y las niñas a través del lenguaje.

Durante mucho tiempo hemos estado al margen de la sociedad, poco a poco vamos recuperando espacios, pero todavía queda mucho por avanzar en cuestión de género. Las dificultades sintácticas y de concordancia a las que alude la RAE, no se pueden comparar con las dificultades que las mujeres encontramos diariamente. Somos muchas las personas que discrepamos de la RAE cuando dice que «los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones». Aunque las fórmulas inclusivas pueda parecer que van en contra de la economía del lenguaje, no caen en la redundancia, ya que, aunque las palabras tengan la misma raíz, se trata de términos que designan a dos sexos diferenciados; por lo tanto, no son términos iguales. Sin embargo, existen muchas redundancias cuyo uso está generalizado y que no generan debate o polémica alguna. Por ejemplo: subir para arriba o volver a repetir.

También es importante conocer que sexo y género son términos diferentes, así como tener en cuenta que existe un debate muy interesante y necesario sobre el modelo binario de género, que no abordamos en este artículo porque requiere y merece una discusión más amplia. Tomando como referencia las definiciones de la propia RAE, el sexo es concebido como la «condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas», mientras que el género es entendido como el «grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico». En cuanto al sexo, está claro que hombres y mujeres tenemos condiciones orgánicas diferenciadas, pero si vamos más allá del punto de vista exclusivamente biológico y cambiamos de prisma, podemos advertir que las diferencias socioculturales de género y los roles establecidos por la sociedad tienen un fuerte impacto en la discriminación de la mujer. Por tanto, el uso del lenguaje inclusivo no persigue reforzar la diferencia sexual, sino que más bien se trata de una cuestión de género. Además, cabe remarcar que este no debiera ser un debate puramente lingüístico, sino que debería abarcar consideraciones de carácter social que también afectan al lenguaje.

El uso del género masculino como neutro es una forma clara y evidente de ocultar lo femenino, y esto se puede trasladar también a la esfera social, existiendo multitud de ejemplos en los que se percibe cómo se otorga un mayor valor a lo masculino que a lo femenino. A este respecto, son hechos conocidos la existencia de una importante brecha salarial entre hombres y mujeres en España, que quienes dejan su empleo para dedicarse a las tareas de cuidados son mayormente mujeres o lo extendida que se encuentra la violencia machista.

Si no quieres decir alumnas para referirte a un grupo mixto, aunque haya más mujeres que varones, existe la opción de utilizar el alumnado. Tenemos la suerte de contar con un idioma de gran riqueza lingüística, que nos permite incluir a los ciudadanos y ciudadanas simplemente empleando el sustantivo colectivo ciudadanía. En el caso de los niños y las niñas, podemos referirnos a la infancia o a la población infantil. No obstante, en muchos casos el uso de nombres colectivos no resulta suficiente para expresar el mensaje que queremos transmitir, como sucede al referirnos a los hijos y las hijas.

Aunque no es fácil hablar o redactar un texto haciendo un uso inclusivo del lenguaje, es un reto a asumir urgentemente como sociedad si queremos construir bases sólidas para lograr la igualdad. Es más, la mayor complejidad en la redacción y lectura de textos inclusivos puede ser una buena fórmula para acercarnos a las complicaciones cotidianas a las que todas la mujeres tenemos que hacer frente, tan numerosas y variadas que no terminaríamos de enumerarlas. En un mundo en el que el machismo no se esconde, es urgente hacer visible y poner en valor lo femenino, eso que tantas veces se trata de ocultar. Nos podríamos sorprender enormemente si empezamos a tomar conciencia de que con nuestra forma de hablar contribuimos a situar en un plano superior lo masculino con respecto a lo femenino. Podemos acudir a la propia RAE para comprobar que efectivamente existen diferencias en el significado de palabras en las que simplemente cambia su género; y, casualmente, el género que sale más perjudicado es el femenino (por ejemplo: ramero/ramera, zorro/zorra). Es más, si buscamos la palabra sexo en la RAE, sorprendentemente se define sexo débil como «conjunto de las mujeres» y sexo fuerte como «conjunto de los hombres».

El lenguaje humano surge por la necesidad de comunicarnos y ha evolucionado adquiriendo cada vez una mayor complejidad. Ha ido cambiando históricamente, y lo seguirá haciendo conforme lo haga la sociedad. El avance en distintas áreas nos ha llevado a incluir términos que antes no se usaban, pero que hemos tenido la necesidad de adoptar, como internet, células madre, bótox o mileurista. Es natural que los cambios psicosociales se vean reflejados en el leguaje, ya que lo social y lo lingüístico están muy ligados. En el ámbito de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres todavía nos queda mucho por hacer. Por ello, es fundamental que empecemos a visibilizar lo femenino mediante el lenguaje, porque tristemente «lo que no se nombra, no existe». Y no olvidemos que el lenguaje es una herramienta al servicio de la comunicación humana. Si ponemos en una balanza las reglas lingüísticas y el visibilizar a más de la mitad de la población mundial, lo propio sería decantarnos en esta ponderación por lo que haga más digna a la persona.

También podríamos preguntarnos qué es lo primero, ¿deconstuir lo social y después el lenguaje, o viceversa? Es importante trabajar en ambas vías paralelamente. Los cambios sociales se consiguen a largo plazo, los cambios en el lenguaje son pequeñas semillas que sembramos para que en el futuro den frutos. Además, el cambio en el lenguaje va asociado a un cambio en el pensamiento, ya que el lenguaje es una forma de expresión de este último. De forma automática hablamos como hemos aprendido a hacerlo, pero para generar un cambio sustancial es necesario ser conscientes de ello.

Si hemos asumido como propia la defensa de los derechos de las mujeres, es fundamental llevar este ideal a nuestra vida cotidiana en aspectos como el uso que hacemos del lenguaje; así como contribuimos al cambio social a través de actos puntuales como sumarnos a compañeras un 8M. Y esto exige un cambio consciente de pensamiento para desmontar todo lo que hemos asumido inconscientemente y que se refleja en el lenguaje, entre otras cosas que lo masculino es neutro. Cuando, por otra parte, nos parecería una atrocidad asumir que entre frío y caliente lo neutro pudiera ser uno de los dos conceptos, en nuestro idioma no hay un templado en materia de género. Pero claro, en un mundo en el que la historia ha sido escrita por los hombres y las mujeres hemos permanecido en un segundo plano o bajo el anonimato (en el mejor de los casos), lo establecido es que usemos el masculino como neutro porque así ha sido siempre, porque así lo dictan los hombres de la RAE, porque así economizamos el lenguaje… pero podemos empezar a sembrar semillas de cambio utilizando el lenguaje de forma consciente, en lugar de dejar que el lenguaje establecido nos hable inconscientemente.

Luz Casasola