Toca hablar de los famosos pinchazos. Y de lo que representan.
Los pinchazos son inyecciones de drogas que nublan la voluntad de la persona que la recibe, utilizado generalmente como sumisión química. Se pusieron de moda este verano y se han visto muchísimos casos de abusos y agresiones sexuales.
Que pase eso es chungo, pero muy chungo.
Por un lado, lo que significa para las mujeres. Antes de tener edad para ni siquiera interesarnos por salir de copas, nuestras primas y vecinas ya nos habían explicado que era mejor beber de una botella que de un vaso ancho porque así es más difícil que te metan algo en la cerveza.
Llevamos desde la adolescencia bailando con un solo brazo porque no nos podemos arriesgar a apoyar la copa en la barra por lo que dura nuestra canción preferida.
Llevamos desde la adolescencia andando a casa con las llaves entrelazadas entre los dedos, y con mucha tensión en el cuerpo, cruzando la calle cada vez que vemos a alguien porque todas nos hemos sentido muy incómodas gracias a ciertos gestos y comentarios de parte de desconocidos por la calle. Y si no nos han seguido alguna vez hasta nuestra casa, tenemos una amiga a quien le ha pasado.
Llevamos desde la adolescencia, o quizás la infancia, pensando mucho qué ropa poner cada vez que salimos, porque nos han enseñado que cierta vestimenta provoca ciertas actitudes. Hemos aguantado miradas que son más que incómodas, directamente son violentas.
Pero aquí seguimos. Hemos incorporado estrategias en el día a día. No solo pasa de noche, no solo pasa de fiesta, aguantamos violencias todo el puñetero tiempo- en el trabajo, en la escuela, en el gimnasio- hemos aprendido a vivir con ellas.
Y si salimos de fiesta, hemos desarrollado otras estrategias también. Tener la copa siempre en la mano, ir al baño en grupo, cuidar que nadie del grupo se emborracha más de la cuenta, fingir que un amigo es un novio para que otros hombres pueden respetar su no (que parece que nuestro no les cuesta demasiado). Aguantamos a babosos y pesados, pero eso ya lo tenemos incorporado como parte de la experiencia.
Bueno, como si todo eso no fuera lo suficiente, ahora resulta que da igual si dejas la bebida en la barra, cuántas cubatas tomas, cómo vas vestida, con quien hablas o con quien bailas. Ahora, solo por estar, solo por existir y coincidir en el espacio, te pueden anular la voluntad.
Y no puedes hacer nada para prevenirlo ni evitarlo.
Vamos a hablar en plata: esto es tremendamente jodida.
Ya no estamos hablando de violencia sexual. Estamos hablando de terror sexual. Todas las mujeres, y especialmente las que salimos de fiesta, porque los ambientes nocturnos son los en que más se han producido estos casos, ahora tenemos que aguantar, encima de todo lo que ya aguantamos, que esto es una posibilidad real con la cual tenemos que convivir.
Tenemos miedo, tenemos rabia, y con mucha razón. Así se consigue que no nos sentimos bienvenidas, que nos sentimos incómodas, que creemos que no nos pertenece el espacio. Que, por el hecho de ser mujer, corremos un peligro muy serio.
Pero a ver, el peligro no está en nosotras. El peligro está en la mentalidad que puede concebir anular la voluntad de otra persona, e incluso llegar a normalizarse como una actividad de ocio.
Antes de seguir, hay que aclarar un punto que creo que es muy básico para entender la violencia sexual: es violencia, y no es sexo. Quiero decir, que una persona que viola a otra persona, no lo hace por placer sexual, lo hace por ejercer poder sobre alguien más vulnerable. No disfruta del acto sexual, lo que disfruta es de sentir que “puede” hacerlo.
Entonces, lo que pasa es que hay personas (hombres) que han sido socializados para creer que hay otras personas (mujeres) que están en el mundo para cuidarles, atenderles, de alguna forma u otra servirles a ellos. Este mensaje no es algo que se suele explicar de forma explícita, pero es un mensaje que entra desde la infancia tanto a los niños como a las niñas. Desde los roles de género y división sexual de trabajo presentes en entornos cercanos, pasando por los juguetes y juegos diferenciados, todos los comentarios sexistas “sin querer serlo” y los estereotipos de género y prototipos de relaciones que hemos visto en películas y series durante todas nuestras vidas, los mensajes entran en la cabeza. Y los hemos escuchado muchas veces.
La idea de que por el hecho de ser hombre las mujeres le pertenece a uno, o incluso que es su deber como buen hombre fuerte dominarles, hace muchísimo daño al desarrollo psicológico y el desarrollo sexual. Y si empezamos a hablar de los efectos de la pornografía más asequible y extendida en la actualidad, eso da para todo un artículo aparte, pero creo que te puedes imaginar de cómo impacta el imaginario sexual de los jóvenes.
Para acabar con el terrorismo sexual, no se trata de enseñar a las mujeres a protejerse. Necesitamos dejar de enseñar a los chicos, y a todo el mundo, la existencia de un juego de poder entre los sexos que justifica la dominación de un sexo sobre el otro.
No sería necesario enseñar a nuestras primas pequeñas de guardar su cerveza en la mano toda la noche si pudiéramos conseguir que nuestros primos pequeños dejen de creer que ligarse con la más borracha es una técnica “guay” para ganar puntos de hombría entre sus colegas más fácilmente.
Que al final, esa es la historia. Cuando uno pretende acostarse con una cualquiera usando cualquiera medida (sea siendo muy pesado, apuntando a la que ve más fácil, o con la sumisión química), su objetivo no es disfrutar de un encuentro íntimo con otro ser humano. Su objetivo es mostrar que puede.
Para acabar con el terrorismo sexual, necesitamos cambiar qué entendemos por sexo.
Tabitha Learn