El Desequilibrio Emocional del Patriarcado
El sistema actual en el que vivimos, capitalista y patriarcal, está desequilibrado lo miremos por donde lo miremos: el reparto desigual de los recursos, la brecha salarial, la poca presencia de mujeres en cargos de decisión… Podríamos seguir enumerando las distintas desigualdades que vemos, pero quizás sea más interesante poner el foco en un aspecto no tan visible, pero no por ello menos importante: el mundo emocional.
Para empezar, es importante saber que las emociones tienen una función biológica fundamental, nos permiten adaptarnos a las demandas del entorno enviándonos mensajes a través del cuerpo. Por ejemplo, el miedo nos informa de un posible peligro, haciendo reaccionar nuestro cuerpo de forma totalmente involuntaria; si el peligro es inmediato, actuará paralizándose o huyendo. Un proceso sano de gestión emocional se iniciaría escuchando esas emociones y permitiendo que surjan sin negarles su espacio. En primer lugar es importante conectar con la emoción y conocer su causa, para después, con ayuda de la mente, buscar la forma más adecuada de gestionarla y soltarla así después de haberla atendido. No escuchar las emociones implicaría que con el tiempo vayan ocupando más espacio, e incluso se instauren como un estado anímico, por lo que ya no sería adaptativo. Siguiendo con el ejemplo del miedo, sería una emoción funcional si la dejamos aparecer cuando surge y la soltamos cuando el peligro ha desaparecido. Sin embargo, aferrarnos al miedo nos haría vivir en un estado de alerta constante, lo que nos impediría diferenciar un peligro real de uno infundado. Es importante que tengamos claro que todas las emociones tienen su función, el catalogarlas como positivas o negativas dependerá de cómo sea el resultado de nuestra gestión emocional.
Esto sería mucho más sencillo si fuésemos seres puramente biológicos, pero no podemos olvidar que somos también seres sociales, por lo que el entorno en el que nos desenvolvemos y las relaciones que entablamos tienen un fuerte impacto en cómo finalmente realizamos esa gestión emocional. La biología nos da una guía magnífica para prestar atención a los mensajes internos a través de las emociones primarias: alegría, tristeza, ira y miedo. Sin embargo, en ocasiones la sociedad, más que una ayuda, es un obstáculo para poder expresarlas. De forma general tenemos asumido que mostrar algún atisbo de emoción es signo de debilidad o que existen emociones mejores o peores, que algunas se pueden mostrar en público y otras no…
Cuando hablamos de emociones suelen aparecer frases comúnmente conocidas como “las mujeres son más emocionales”, “los niños no lloran”… ¿Pero qué hay detrás de todo esto? Si las mujeres son más emocionales y mostrar emociones es signo de debilidad, entonces las mujeres son débiles. Si los niños no lloran, cuando sean adultos no mostrarán sus emociones, por tanto serán fuertes. Este tipo de conclusiones resultan muy dañinas, ya que nos pueden llevar a reprimir nuestras emociones, a que estas se vean desbordadas o incluso a disfrazarlas para evitar que se nos juzgue socialmente. La repercusión de todo esto a nivel personal es la dificultad en el manejo de emociones, mientras que a nivel social se instauran desigualdades que marcan más aún los estereotipos de género.
Si desde niña te han dicho que para ser buena tienes que complacer constantemente sin mostrar tu rabia, cuando seas adulta habrás aprendido a reprimir esa emoción con tal de encajar en lo que se espera de ti. Pero, eso sí, si no puedes ocultarla del todo, puedes mostrar esa rabia disfrazada de tristeza, porque mostrarse como una mujer triste está más permitido socialmente que mostrarse como una mujer furiosa. Por otro lado, si a los niños les dicen que no pueden llorar, con el tiempo habrán aprendido a reprimir su tristeza, lo que les dificultará mostrar una respuesta adaptativa ante un suceso que les provoque tristeza cuando sean adultos, que podrá derivar en algún bloqueo emocional o mostrando la ira, que sí está bien vista en los hombres. El miedo es otra emoción que evidencia el desequilibrio emocional del patriarcado. Por una parte, desde pequeños se anima a los niños a superar sus miedos, recibiendo felicitaciones ante el más mínimo acto de valentía; mientras, a las niñas se les envían mensajes de cuidado constante, advirtiéndoles que miren por dónde y cómo van, por si les pudiera pasar algo. De esta forma se perpetúa la visión del hombre fuerte y la mujer débil.
Considero también fundamental hablar de la alegría. Esta emoción, analizada desde una perspectiva de género, parece no ofrecer muchas diferencias respecto a cómo es vivida y expresada, pero si incluimos en este análisis la visión desde el capitalismo podemos encontrarnos matices interesantes. Los mensajes que nos llegan constantemente a través de la publicidad, los medios de comunicación y las redes sociales es que la emoción obligada es la alegría. Está más o menos permitido que aparezcan las otras en algunos momentos, pero el refuerzo constante es que la alegría sea la predominante, lo que tiene como nefasta consecuencia la negación de las otras. Esto ya de por sí es perjudicial para la salud emocional, pero, por si fuera poco, el otro mensaje que nos llega sobre la alegría es que nos dicen cómo alcanzar esa emoción suprema: la vía más directa es el consumismo. En el caso de las mujeres ese consumismo está muy relacionado con nuestra apariencia física; seremos más felices si cumplimos con los estándares establecidos de “belleza” (que en mi humilde opinión, se le hace un flaco favor a esta palabra tan bella). Gastamos nuestro dinero y tiempo en intentar encajar mediante la ropa, el maquillaje, la depilación e incluso la cirugía. Lo que no nos dicen es que esa alegría es momentánea, dura lo que dura la sensación de haber logrado eso que deseabas, pero después se desvanece, por lo que tendrás que buscar un nuevo consumo para revivir esa emoción, entrando así en un bucle infinito. Otro camino es la acción constante, parece que si no estamos haciendo algo de cara a la galería no estamos sintiendo alegría, de ahí la cantidad de publicaciones que inundan las redes sociales con sonrisas en bailes, excursiones o viajes. Nos infunden la necesidad de mostrar al público la cantidad de cosas que hacemos; cuando eso no es posible, sentimos un vacío muy grande.
Sin embargo, hay otra forma de experimentar la alegría y de hacerlo fuera de los límites patriarcales y capitalistas, que no dejan de ser muy individualistas. Podríamos nombrarla como la alegría de los cuidados o la alegría política, porque trasciende el yo para abarcar al resto de personas, seres y al planeta. Esa alegría puede surgir, como una de tantas formas que hay, de una sana gestión del resto de emociones. ¿Te ha sucedido alguna vez que sientes una plena alegría después de recibir consuelo por parte de una amiga que te ha escuchado pacientemente expresar tu tristeza o tu rabia? ¿Recuerdas algún momento compartiendo con más personas acciones comunes para solucionar un problema colectivo? Seguro que conoces un sinfín de ejemplos como estos de una alegría genuina y transformadora, una alegría que no se queda solo en ti, sino que puede generar cambios en tu entorno. Ahora podemos preguntarnos, ¿las otras emociones básicas también pueden ser transformadoras? Por supuesto que sí. Si atendemos nuestra tristeza y llegamos a su causa, podemos encontrar detrás un aprendizaje para el futuro. Si escuchamos nuestra rabia, podemos cambiar realidades injustas. Si reconocemos nuestro miedo colectivo como mujeres, podemos hacer piña para construir espacios seguros.
Podríamos continuar reflexionando sobre este asunto y seguir aportando distintas visiones, pero hoy por hoy esta disertación me lleva a pensar que es urgente la educación emocional para ir logrando un mayor equilibrio. Podemos empezar generando para las emociones espacios y tiempos de cuidado desde nuestro entorno y en la cotidianidad, porque una buena salud emocional, tanto personal como colectiva, es una base firme para construir relaciones sanas, basadas en el respeto mutuo y la escucha empática a las emociones implicadas. Una acción concreta puede ser que antes de hacer algún comentario en un momento en el que una persona esté mostrando una emoción, pensemos bien las palabras que vamos a usar, sobre todo si se trata un niño o una niña, ya que en la etapa infantil el acompañamiento emocional es crucial.
Luz Casasola